Por Julio Zamudio
Era un caluroso día de agosto cuando bajamos del autobús para entrar a Chichen Itzá, la ciudad maya en el sureño estado de Yucatán en México. Durante nuestra breve caminata al lugar, alcancé a platicar un poco con mi compañero de autobús, un joven alto y rubio que visitaba México desde Ámsterdam, quien vestía short, playera sin mangas y una “cangurera” de dónde sacó bloqueador solar, mismo que colocaba en su ya chamuscada piel.
Me platicó en esa breve caminata que era la primera vez que visitaba México y que estaba maravillado por su cultura prehispánica, también yo le platiqué que era del noroeste del país y que era la primera vez que visitaría Chiche Itzá.
Trae usted mucha ropa para venir a este lugar y con este calor, me dijo al ver cómo iba yo vestido. – Curiosamente, la noche anterior a mi tan esperada (por mi) visita a Chichen Itzá, decidí cuidadosamente que vestiría. – Le contesté al joven lo siguiente:
“Vengo disfrazado de yucateco, traigo una guayabera blanca de manga larga, un sobrero de palma y huaraches, pantalón de manta no encontré de mi talla; seguramente vengo más fresco y protegido que tú. Estoy usando la ropa de los pobladores de este lugar”. – El joven sonrió y observando a otros visitantes quienes de igual forma que él vestían shorts y camisetas, con sus caras, brazos y piernas sonrojadas por el sol, afirmo mi comentario al observar a los vendedores y guías usando la famosa y práctica guayabera y sombrero de palma.
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